Si bien Joel tuvo algunos inconvenientes a la hora del arranque, el bólido recorrió a buen ritmo las frías avenidas. “Detente en la esquina”, le ordenó Sofía a un par de cuadras de su casa, “desde aquí sigo sola”.
Intuyendo la única respuesta que le daría, él estacionó su auto y apagó el motor. Como para que no hubieran dudas, primero ella bajó y, luego por la ventana, le dijo: “adiós”. El dolor que le quedó a Joel fue insoportable: dejó de trabajar, se descuidó en su aspecto y se dio a la bebida.
Uno de esos aciagos días que intentaba calmar con una borrachera, él abrió la puerta de su depa y se tropezó al ingresar. Mientras se levantaba, pudo apenas darse cuenta que había un sobre en el piso, el que probablemente dejaron cuando no estaba. Lo tomó en sus manos y le quitó el cintillo que ocultaba su contenido: era la invitación al matrimonio de Sofía.