Una vez que estuvieron dentro, sentado sobre la cama, Gerardo pareció arrepentirse: “Creo que esto no está bien”. Iba a irse, pero ella lo detuvo. “Déjame darte otro trago”, y llevó su copa a llenar con la botella de vino que dejó sobre la cómoda. “No tiene nada de malo lo que hacemos”, le dijo Malena, ofreciéndole la bebida.
Gerardo tomo un par de sorbos y luego se quedó pensativo: “Serás hermosa, pero él era mi hermano y tú, su enamorada”, respondió tras su breve reflexión. “Tu hermano no te culpara por esto”, dijo ella antes de volver a besarlo. Los dos se reclinaron sobre la suave superficie. Parecían disfrutar del momento hasta que…
“¡No puedo respirar!”, gritó él levantándose violentamente y echarse de nuevo. “¿Qué te pasa?”, preguntó Malena, notando que el gemelo se asfixiaba rápidamente. Se movió unos segundos y, luego, su cuerpo quedó en calma. Ella le tomó el pulso: no tenía. Su boca abierta fue el signo más contundente de que estaba muerto.
Malena miró fijamente al cadáver mientras soltó una bolsa de extrañas hierbas. Cerró los ojos y se concentró, como si ejecutara un ritual. “Lo que es, se irá… y lo que fue, vendrá”, fueron las palabras que pronunció antes de ver de nuevo hacia la cama. Un viento helado entró por la ventana. Entonces, el cuerpo comenzó a respirar, aunque mantuvo los ojos cerrados.
– Abre los ojos, Alberto – dijo ella al resucitado.