De primera impresión, Rodrigo no cogió el móvil. Sin embargo, la insistencia del timbrado le hizo contestar el celular: “Rodri, ¿dónde estás?”, escuchó del otro lado de la línea. No había dudas. Era Giuli quien, con tono preocupado, le preguntaba por su paradero. Él volvió súbitamente a la realidad y recordó la salida programada.
“Ok… no te preocupes, ya voy en camino”, dijo para tranquilizarla mientras se arreglaba el polo y se colocaba encima la casaca. “Espera”, le dijo Emilia, dispuesta a robarle otro beso. Inesperadamente, se topó con unos labios insensibles como madera. “Estudiamos otro día”, fue lo único que respondió enfáticamente al salir por la puerta.
Encontró otro taxi, subió y se quedó mirando hacia la nada por la ventana. “En qué estuve pensando”, se recriminó a sí mismo mientras pagaba con un billete el viaje hasta la casa de Giuli. De hecho, cuando llegó, ella ya lo esperaba en la entrada unos cinco minutos. Rodrigo trató de besarla con normalidad pero un leve temblor se convirtió en desconfianza: “Y bien, ¿de dónde vienes?”, se mostró inquisitiva su enamorada…