El faro del abismo (capítulo siete)

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(viene del capítulo anterior)

Anselmo recordó, entonces, aquella vieja leyenda en la que los dioses crearon un faro bajo el cual las aguas del mar se separaban, poniendo al descubierto un abismo sin luz a donde caían los enemigos de siete reinos cercanos. Nersune era uno de ellos: Ireneo, su rey, recibió aquellos artefactos, los ojos de Endevia, para guiar a los condenados a su fatal destino.

“Mira a tu alrededor”, gritó otra vez Zenón, indicándole a su segundo la condición de los demás marinos: borrachos, mareados, apenas pudiendo sostenerse. “Ellos son mi tripulación y merecen ser castigados”, dijo el viejo marino con aire de tribulación, “pero, sin ellos, no quiero navegar más”.

Anselmo se sorprendió con estas palabras: Zenón está decidido a morir con ellos, aún cuando no hubiera cometido delito alguno en Nersune. “Entonces, yo también los acompañaré”, afirmó Anselmo resoluto.

– Sabes bien que no hiciste nada malo.
– Eres mi capitán: si no estás tú, tampoco quiero navegar.
– Bien. Ayúdame con esas sogas.

Anselmo fue a recoger las sogas que le indicó Zenón. El viejo marino aprovechó que él estaba desprevenido y le asestó con un mazo un fuerte golpe en la cabeza. Inconsciente, Anselmo fue colocado por Zenón en un bote de madera, el mismo que el viejo marino empujó en un último esfuerzo para alejarlo de la ruta del navío. “Adiós viejo amigo”, susurró Zenón mientras la embarcación se inclinaba sobre el abismo…

(continúa)

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