“Llegaré 4 y media”, fue el mensaje de texto que recibió Emilia mientras iba camino a su reunión con Rodrigo. Contrario a su disposición inicial, pensó que probablemente seguía repasando para explicarle la clase de hace unos días. “No problem”, le devolvió el mensaje, recitándolo al mismo tiempo.
Sólo le quedaba un asunto pendiente que no resolvió aquella vez que se “reencontraron”: ¿cómo le agradezco?”. Dado que conocía tan poco de sus gustos, había descartado los peluches, camisas o jeans. Incluso consideró la posibilidad de una calculadora, “pero él ya tiene una”…
Ansiosa porque no pudo escoger ningún regalo adecuado, se sentó en una de las sillas junto a las mesas del amplio salón. Pasaron diez minutos, quince. Finalmente, Rodrigo apareció por la puerta. Emilia se levantó como un resorte y se abalanzó sobre él. El joven apenas si pudo reaccionar y la saludó también, aunque no tan efusivamente.
Sacó el cuaderno y empezó a explicarle a Emilia, cuya mente estaba ya entre las nubes. Rodrigo paró entonces la sesión: “¿Emi, te pasa algo?”. “No sabía cómo agradecerte tu ayuda el ciclo pasado”, le contestó ella. “¿Y en qué habías pensado?”. “En esto”, respondió ella, inclinándose hacia el muchacho, poniendo sus brazos sobre los hombros de Rodrigo y robándole un beso.
Él se quedó sorprendido por la actitud de Emilia pero, recuperando pronto la compostura le señaló: “Gracias, pero no era necesario que hicieras eso”. “¿Acaso no te gustó?”, inquirió ella, algo molesta. “Obvio que me gustó pero… hay algo que debo decirte”, respondió él. Y escucharlo pronunciar esas palabras fue para Emilia como detonar una bomba en su cara: “ya tengo enamorada”.