Verónica está terminando de barrer el polvo y la suciedad del piso con gran apuro. Mira hacia el reloj y es como si hubiese visto un fantasma. “Mi marido está por llegar”, pensó para sus adentros. Presurosa se dirige hacia la cocina y coloca en una olla unos vegetales para cocer. Está tan concentrada en su labor que no oyó el sonido de la moto estacionarse frente a su casa.
Jorge, el esposo, se quitó el casco, descubriendo un semblante de molestia, producto del mal cierre de un negocio y la posterior discusión con su jefe. El abrió la puerta con habitualidad pero la cerró con vívido enojo. Al instante, ella reconoció que no fue un buen día para su esposo, e intentó ganárselo con cariño.
“¿Está lista la cena?”, fue lo único de saludo que él le dirigió. “Aún falta un poco pero…”, trató de excusase Verónica antes que fuera abruptamente interrumpida por el reclamo de Jorge. “¡qué te he dicho sobre la cena!”, gritó colérico, “¡que tiene que estar lista cuando llegue! ¡Ahora verás!” La amenaza verbal se convirtió en física y la cara de Verónica empezó a ser masacrada por los duros puños de su marido.
Jorge se cansó y fue al baño.”Ya regresó”, dijo con aquel tono intimidante de quien no suelta a su presa. Sin embargo, ella sintió que no podía más con el maltrato, que debía defenderse aunque sea una vez. Cogió con inusitada valentía, cogiéndola al revés, se acercó al baño y, sin previo aviso, le asestó un golpe a la cabeza de Jorge, al que siguió otro, y otro.
Luego que su marido estuvo tirado en el piso y, creyendo que se había quedado inconsciente, salió corriendo a la calle y alzó la mano para detener un taxi. El primero ni la vio y pasó de largo, el segundo paró pero no conocía la ruta. Finalmente paró un tercero. Aceptó la oferta y Verónica subió rumbo a la casa de su hermana…