“Y ahora pasaremos a hacer…”, la voz del profesor se interrumpió con el sorpresivo apagón que dejó en penumbras el salón. Un par de encargados fueron avisados y salieron corriendo a revisar qué había ocurrido. Al poco rato, uno de ellos regreso y comunicó la mala noticia: el generador había sido afectado y la clase no continuaría. “Que fastidio”, se dijo para sí Miguel, mientras le indicaba la salida a Carla, su enamorada.
Tomaron junto con el todo el grupo la senda principal para salir del amplio recinto. Sin embargo, cuando llegaron junto a la gran puerta, los guardianes no los dejaron salir. “Hay muchos disturbios afuera”, dijo uno de ellos, haciendo eco de los sonidos de ululantes sirenas y gente corriendo por todos lados, unos asaltando y otros huyendo.
El profesor los guió hasta una edificación cercana, de pocos pisos y algo añeja. Los recibió uno de los guardias, un hombre alto y algo canoso, que se identificó como Jerónimo. “José, ve con el guardia en busca de las linternas”, mandó el profesor, ya que las luces estaban en otro lado. Jerónimo se fue con el muchacho en medio de una fría y densa neblina que empezaba a formarse.
“Ya pasó media hora”, dijo Carla, “y todavía no regresan”. Miguel la reconfortó: “seguro siguen buscando”. Apenas terminó la frase cuando la puerta se abrió. Era Jerónimo, que regresaba sin el muchacho. “¿Qué sucedió con José?”, protestó el maestro. El hombre canoso contó que había sufrido una lesión durante el trayecto y que se quedó en el otro lado.
“Aquí les traigo dos linternas”, dijo Jerónimo mientras se oyeron dos gritos horripilantes. Inmediatamente después, un bulto cayó cerca de la puerta. Atemorizado, el profesor se acercó hacia la ventana, y sus ojos se asustaron con la indescriptible escena que observó…