Para graficar mi argumentación, paso a describir la siguiente situación: se descubre el robo de mercadería en una empresa. La alta dirigencia de la misma empieza a sospechar de los trabajadores. Se realiza una reunión entre empleadores y empleados donde se ponen los puntos sobre las íes; sin embargo, la desconfianza ya ha sembrado las semillas del desencanto y las miradas soslayadas afectan las relaciones entre el personal.
Se percibe, entonces, que la confianza, en primer lugar, es un bien muy apreciado por la gente. En segundo lugar, su aprecio se deriva del accionar de los individuos, quienes -por su satisfactorio desempeño u otro estímulo en ese sentido- transmiten el carisma de la honestidad. Tercero, el desencanto al perder esta confianza nos muestra tanto el valor como la fragilidad de esta expresión humana.
Por tanto, esta pérdida hace mella en las relaciones interpersonales dado que en cada persona reflejamos, cual transparente espejo, todos aquellos rasgos que consideramos debe tener una imagen del bien: cualquier suceso en contrario significa una rotura en el espejo, el cual difícilmente puede repararse. Es por esta razón que a cada quien le toca sostener el reflejo de su propio espejo, para evitar quebrarlo con un irreparable acto.