Con una vuelta de tuerca en la postura del gobierno central, el primer ministro Yehude Simon anunció, tras su reunión con los apus de las comunidades amazónicas, el acuerdo para la derogatoria de los decretos legislativos 1064 y 1090. En un mensaje a la nación televisado el miércoles 17, el presidente Alan García secundó esta actitud, reconoció el error de la no consulta a los nativos e hizo un llamado a recomenzar las cosas. Por su parte, este 18 de junio el Congreso de la República decidió derogar dichos decretos y rectificó, en parte, su vapuleada actuación en este asunto.
Algunos medios han reaccionado sorprendidos por lo que consideran una estrepitosa “bajada de pantalones”. Lo cierto es que existe un alto costo político ocasionado por la muerte de 34 personas, entre policías y nativos, que pudo haberse evitado si la disposición al diálogo hubiera primado sobre la imposición de criterios. Viene a mi memoria cuano el presidente García habló sobre “la reforma del alma”; como se observa, esta también parte por desterrar la soberbia del debate y admitir que, en democracia, cuando hay discusión política, más que ganar o perder, lo importante es saber escuchar y saber entender los motivos y razones que llevan a las personas a pensar diferente.
De otro lado, los opositores ya preparan la interpelación contra el premier Simon y la ministra Cabanillas, responsables políticos de los sucesos de Bagua. Es probable que el juego político avive apasionamientos y promueva mociones de censura. Está, pues, en juego la poca credibilidad del gabinete y su permanencia en el corto plazo: a estas alturas queda claro que ambos personajes han quedado políticamente “quemados”, y que tendrán que hilar fino, no sólo en su argumentación, sino también su actitud para que no se vean más cabezas rodar antes de Fiestas Patrias.