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Te entregué mi corazón
que palpitante vibra
de la emoción cierta,
de tu llana presencia.
Te entregué mi alma
que jubilosa llama
la inspiración divina
a ganar tu sentir.
Te entregué mi tiempo
que traspasa los años
y madura entre nos
los silencios obvios.
Te entregué mi cuerpo,
desgastado en esfuerzo,
a cumplir el deseo
de tus anhelantes ojos.
Hoy ya que no estarás,
ten presente siempre
estos virtuosos regalos
que un día disfrutaste,
que ya no volverán.