(viene del capítulo anterior)
Carlos llegó al bar sin prisa, aunque más ansioso que de costumbre. Pensó que los vigilantes no lo dejarían entrar ese sábado pero ellos, que rápido olvidan o tal vez por el dinero que gasta, le permitieron pasar.
Miró de un lado a otro del bar. Era obvio que ella aún no había llegado, así que se pidió una botella de cerveza. Luego una segunda. Una tercera. Habría pedido una cuarta, de no ser porque su víctima apareció de pronto y se sentó en una de las mesas del bar.
Carlos se la quedó mirando, mientras ella espera que llegue su trago. La música está a todo dar y la joven mueve sus hombros al compás del melodioso sonido. Cierra sus ojos para concentrarse en oír. Oír, pero no con el sonido. Oír con su cuerpo, ser sensación de movimiento.
Ella se despabila mientras las notas musicales recorren cada fibra de su ser… y se siente renovada. Para cuando abre sus ojos, toma conciencia de su alrededor. Se sonroja al notar que todos se ríen un poco. Todos excepto uno, el chico de la barra que la mira con complacencia.
(continuará)