(viene del capítulo anterior)
Carlos intenta tomar valor durante todo el día. Por lo general, le gusta de preparase el desayuno por la mañana y hacer las compras por la tarde antes que llegue la noche del sábado, ese bendito momento donde la razón cede su lugar al desenfreno del licor.
Pero no esta vez. Con el cofre en su cuarto, prefiere salir a comer fuera. El desayuno se lo tomó volando y, hasta la hora de almuerzo, se la pasó paseando por parques y avenidas, queriendo despejar su mente. Tras almorzar en un restaurante, se dirigió hacia su casa, caminando tan lento que tuviera todo el tiempo del mundo.
Y no era así. Llegó con el ocaso haciéndose presente. Se dio una ducha y se vistió listo para la noche. Estaba a punto de colocar la llave en la ranura de la puerta, cuando recordó que había olvidado lo más importante: el cofre. Volvió hasta su cama y lo abrió.
Miró con temor el puñal pero decidió tomarlo en sus manos. Lo pesó y sintió un terrible escalofrío, mas no lo soltó. “Acabemos con esto”, dijo Carlos colocando el puñal en su bolsillo y dirigiéndose a la salida.
(continuará)