Mi escondite se siente más frío y húmedo. Aunque intenté dormir, la sensación de que no pasaría de esta noche hizo que estuviera sobresaltándome a cada rato. Me puse a recordar días felices de un lejano pasado. “Cuánto cambió todo”, me puse a pensar en uno de esos momentos de insoportable insomnio.
Tras muchas veces de cerrar y abrir los ojos, me levanté del colchón y empecé a caminar en ese espacio que no me otorga ningún calor. Mis manos frotan mi cuerpo queriendo quitarse de una vez esa sensación gélida y desamparada, pero no es suficiente. Desesperado, vuelvo a acostarme en el colchón y cubrirme con la vieja frazada.
Son quizá las cuatro, o las cuatro y media de la mañana. Ya no lo sé con certeza. Lo que sí es cierto es que vi luces alumbrando por entre rendijas y llegan hasta mí. Es más: oigo el murmullo de unas voces que, bajitas, se comunican evitando vanamente que ecuche. No me importa hacerles caso. Sé que están cerca y pronto darán conmigo.
(continúa)