(viene del capítulo anterior)
Al recordar aquel día, Nico descubrió que las muertes de sus amigos no habían sido al azar: tanto el atropello como el robo fueron acciones destinadas a hacerlos callar si algún día atestiguaran por el asesinato de Dante. Y si bien nadie estuvo cerca, Nico corrió todo lo que pudo para irse de esa infortunada calle.
Caminó sin rumbo por varios minutos hasta que llegó al malecón. Se quedó un rato mirando el mar hasta que una voz familiar lo sacó de su marasmo. “Veo que te pegué un buen susto”, dijo Dante parado junto a él. Efectivamente Nico se asustó al verlo pero su guía le recordó que ya había muerto.
“Era la única forma de salvarte, que creyeran que te asesinaron. Eres libre”, afirmó Dante dibujando en su rostro una leve sonrisa. Y empezó a caminar en dirección hacia la avenida. “¿Y qué harás ahora?”, le preguntó Nico más tranquilo. “Yo también soy libre”, lo miró Dante y se despidió. Mientras caminaba de nuevo, una suave brisa sopló y, como arena que lleva el aire, se desvaneció en la calle.