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Las dudas se hicieron reales
escuchando de casualidad,
viendo por la ventana opaca
o detrás de la puerta abierta.
Todos te esperan
sentados ante el altar,
y tu en un espacio contiguo,
sentado apenas ante la soledad.
La demora se torna evidente,
las flores blancas se secan,
las miradas se intercambian,
los murmullos aparecen.
Hasta que ella, cansada,
va hacia tu encuentro,
y ve que la corbata
ha caído ya al suelo.
Te pregunta qué pasa,
y le respondes con firmeza,
“ya lo sé todo,
no puedo seguir con esto”.
Él abandona cansino
la apacible oficina,
y ella se siente descubierta,
se siente traicionera.