(viene del capítulo anterior)
El mar, que se había mostrado tan fiero en aquella noche, de pronto se tornó calmado. Tras dos días de búsqueda, se recuperó el cuerpo del capitán y algunos de los cristales. “Me apena que Colotto haya terminado así”, dijo Baker cuando se enteró por boca de los marineros de los extraños sucesos.
Él había despertado en la mañana luego que Yarod se apoderó de su cuerpo, y no lograba recordar que hizo el ente de Rasunia. Quiso ir a la habitación de Alejandro, pero le recomendaron que no lo hiciera. “Cerró su puerta con llave y ha estado hablando incoherencias”, le contestó alguien de la tripulación.
A pesar de la advertencia, se acercó hasta la puerta y tocó con los nudillos. Recibió como respuesta sólo unos agudos gritos que lo disuadieron de continuar allí. Regresó a su habitación y se concentró en leer algunos de sus libros, ya que el viaje expedicionario terminaría en otros dos días.
La noche siguiente, Baker se había quedado dormido con un libro en la mano, cuando el ruido de un estruendo lo despertó. Empezó a buscar entre sus cosas: no tenía los cristales rescatados. Salió en dirección hacia donde iban marineros. Alcanzó la cubierta del barco y se dio cuenta que Alejandro sostenía dos cristales, creando con ellos una columna de energía que ascendía hasta el cielo.
“Alejandro, ¿qué estás haciendo?”, preguntó Baker sin aún comprender. “No te engañes Yarod, soy Eufrocio… y esta es ¡la invasión!”, gritó el ente mientras se formó un portal de espacio-tiempo: la guerra vuelve a comenzar.