“Jacinta, prepara la cena”, ordenó el patrón al ingresar en la sala. Mientras esperaban que la mesa del comedor estuviera lista, cada uno de ellos se sentó en uno de los cómodos sillones de la sala a hacer un poco de tertulia.
“¿Y sobrino, cómo van los estudios?”, preguntó curioso su tío. Aún nervioso por lo ocurrido en la cerca, Lucho sólo atinó a decir “bien, bien”. Rodolfo carcajeó al escuchar la tímida respuesta del muchacho. “No te preocupes, resolveremos eso en la hacienda muy pronto”, señaló su tío con autosuficiencia.
“¿Me quedaré en la hacienda?”, dijo el joven, sorprendido por lo que oía. Rodolfo asintió y le comentó que habían hablado ligeramente sobre el asunto con su padre en una llamada previa. Fue entonces que una joven de mediana estatura entró en la estancia.
El patrón se levantó al verla y se acercó a saludarla con un beso. Luego puso su mano detrás de su cintura y la guió hasta sus parientes. “Constanza, él es Santiago, mi hermano, y mi sobrino Lucho”, presentó a sus parientes y luego agregó para sorpresa de ambos: “Santiago, sobrino: ella es Constanza, mi mujer”.