Para Emilia, estos tres meses le fueron importantes para tomar una decisión. En los primeros días del viaje, la joven se encerró en su habitación cada vez que sus padres le pedían salir a pasear con ellos. “Déjenme sola”, repetía al escuchar los golpes en la puerta.
Tras algunas semanas, sin embargo, Emilia quiso recuperar el tiempo que no había disfrutado y se animó a visitar los museos, monumentos y las calles de las ciudades por las que pasó. Empero, los jueves por la noche, sus padres nunca la encontraban en casa.
Mientras ellos se preguntaban dónde podría estar, ella se iba sola a apoyar sus manos sobre las barandas de un malecón costero, o se sentaba en una banca a descansar bajo la luz de un poste de alumbrado, o simplemente entraba a un cafetín a pedir una bebida tibia… siempre sola, como si estuviera esperando que él llegara.
Y en varias ocasiones le pareció que sí: le bastaba sentir la brisa y ver una silueta en el horizonte para pensar que Rodrigo venía a su encuentro. Pero pasada la ilusión, sólo veía extraños que se le acercaban para entablar conversa. “No eres él”, decía Emilia con tristeza y se alejaba de retorno a su hotel.