Mica llegó a su casa sola y desconsolada. No sabía qué pensar ni qué decir. Aun así, antes de entrar en su casa secó sus lágrimas y agachó la cabeza. Notó que sus padres todavía dormían, por lo que se fue directo a su cuarto a lavarse su dolor.
Luego de ducharse y cambiarse con ropa hogareña, llamó a Katy. Su amiga nunca contestó a pesar de las repetidas ocasiones que marcó su número. Bajó de nuevo para la sala: sus padres continuaban un profundo sueño. Mica tuvo que gritarles a sus padres para que pudieran despertar.
“¿Qué me pasó?”, fue lo primero que preguntó su padre tras bostezar inusitadamente. Su madre también le preguntó qué había sido de su amigo. “No lo sé, quizá sólo se desvaneció en el aire”, dijo ella con honda tristeza.
Su padre rio con lo que consideró una ironía y después le comentó que esperaba que su amigo volviera pronto porque le “ha caído muy bien”. Ante eso, Mica no supo qué decir y volvió a subir a su cuarto. Se encerró toda la mañana y la tarde en su habitación tratando de entender lo que había sucedido.
La llamaron para el desayuno y el almuerzo pero no bajó. Su madre subió con un plato para que se alimentara pero la joven se lo rechazó. “No tengo hambre”, fue toda la respuesta que recibió. Cuando cayó la noche, Mica se sintió más vulnerable: sentía que no era otra noche normal, que seguramente José vendría a verla.
Y así fue: él apareció por su puerta como a las ocho, saludó a sus padres y, tras hablarles unos minutos, los hipnotizó y los volvió a dormir. Subió hasta el cuarto de Mica, quien cerró con pestillo al percatarse de los pasos que se acercaban. “Mica, abre por favor”, le rogó el muchacho intentando no usar sus poderes, pero fue en vano: ella se rehusó repetidas veces.
José, entonces, usó su magia y se transformó en humo negro para pasar al otro lado de la puerta. Mica, asustada por lo que veía, comenzó a llorar de nuevo. José tomó otra vez forma humana y se acercó a ella para abrazarla. “¿Quieres saber qué soy?”, le preguntó él tras tranquilizarla.