“¿Qué quiere?”, preguntó enfadado el hombre viejo y calvo que salió a abrir. Pepe lo empujó para adentro y empezaron a pelearse. Se repartieron varios golpes hasta que Pepe lo arrinconó contra una pared. “Quiero saber quién es el dueño de este sitio”, le dijo desafiante, presionando su brazo contra el cuello del viejo.
“Manchego, Manchego es”, dijo el viejo con dificultad. Pepe le preguntó quién era Manchego. El viejo le contestó que no sabía, que Manchego sólo mandaba a sus encargados. “Mientes. ¿Quién te dio la plata para comprar este almacén?”, insistió el periodista.
“Un tal Carlos”, respondió el viejo. “¿Carlos qué?”, preguntó de nuevo Pepe. “No lo sé, así le decían al tipo. Él venía de parte de Manchego”, contestó el viejo. Viendo que no le sacaría nada, Pepe sacó su brazo y el viejo cayó sentado en el piso. Se tomó el tiempo para respirar con normalidad y luego se frotó la zona del cuello.
Un poco más calmado, Pepe le preguntó si volvió a verlo. “No, esa fue la única vez”, afirmó el viejo ya recuperado. Pepe empujó la puerta para salir. Había caminado unos pasos afuera cuando sonaron unos balazos. El viejo cayó malherido y Pepe, viéndose perseguido, empezó a correr.