El monstruo de Huarumarca

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La lluvia se ha desatado en el monte. El comunero, prevenido, se tapa la cabeza con la cobija mientras avanza por el camino cada vez más resbaloso. Cansado pero contento, llega a su casa y toca la puerta. “¡Ofelia!”, le grita a su mujer para que le abra lo más pronto posible.

La esposa hace entrar a su marido. Lo sienta en una silla y le pone una taza enfrente. Coge unas hierbas, las coloca dentro de la taza y echa dentro el agua hervida y caliente de la tetera. Tomás bebe unos sorbos y se va a su cuarto para cambiarse la ropa mojada.

Una vez seco, Tomás va hacia la habitación de sus hijos. A excepción del pequeño de tres años, los otros dos están despiertos. Lila, de siete años, y Juanito, de cinco, están dentro de sus camas pero miran con sus ojos abiertos hacia la puerta.

“Papá, ¡ya llegaste!”, dicen los dos niños, abriendo las sábanas y corriendo hacia Tomás. El comunero los abrazó con mucha alegría. “Mis niños, ¿qué hacen aún despiertos? ¿No saben que el lobo se lleva a los niños que aún están despiertos de noche?”, los resondró cariñosamente.

“Te esperábamos papá”, dijo Juanito con ternura. “Sí papá”, lo reafirmó Lila. “Gracias mis niños”, los abrazó de nuevo Tomás. Los acostó en sus camas y se quedó viéndolos hasta que se quedaron dormidos. Caminó hacia la puerta y la cerró tras de sí.

Se sentó en la mesa y cogiendo la taza, bebió con tranquilidad la ya tibia infusión. “¿Lo encontraron?”, preguntó Ofelia con muchas ansias. “No mujer, todavía no”, respondió Tomás y se bebió un gran sorbo.

(continúa)

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