El muchacho de la noche

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“Qué aburrida y sin hacer nada”, se lamenta Micaela mientras escucha la música de sus audífonos en su cuarto. Había tenido un sábado fatal: en la mañana una prueba que dio mal y, por la tarde, una discusión con su padre que terminó mandándola a su habitación. “Te quedas allí hasta que reflexiones en tus actos”, le dijo él mientras ella subía por la escalera.

Una llamada, sin embargo, empezó a cambiar su suerte: “Hola Mica”, habló Katy, su amiga, con tono alegre. Mica le contó sus pesares en aquel aciago día, esperando algo de comprensión. “Ok, entiendo, pero podemos resolverlo si nos vemos más tarde”, así la convenció Katy para salir.

Sin dudarlo un instante, Micaela dejó los audífonos y, luego de un duchazo, se alistó para salir con su vestido negro, sus botas de cuero y sus pulseras de ensueño. “Qué linda te ves niña”, dijo y se rió al mirarse en el espejo, sintiendo que en la noche todo le iría bien.

Saliendo por la sala, su madre la vio dirigirse a la puerta. “Espere señorita, recuerde que su padre la ha castigado”, le recriminó con voz dubitativa. “Me pidió que reflexionara… ¡y ya lo hice!”, acotó la adolescente con aire desafiante y golpeando la puerta al cerrar.

(continúa)

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