López se puso a indagar por el vecindario si recordaban los momentos previos al asesinato. Algunos de ellos le contaron que vieron al hombre llegar a su casa con una mujer joven y hermosa. “Era un solitario y nunca tuvo un compromiso estable, aunque tenía buen ojo”, comentó socarronamente un viejo que vivía cerca.
Dijo que su vecino apagó las luces y que, rato más tarde, un par de tipos forcejearon la puerta a empellones y la abrieron, oyó unos ruidos y miró a la mujer escapara despavorida por una de las ventanas. Sin embargo, cuando el detective pidió una descripción de los intrusos, quedó frustrado: “tenían los rostros tapados con capuchas”, fue la respuesta del viejo mirón.
Mientras conducía la patrulla de vuelta a la comisaría, López no dejaba de pensar si hubiera una conexión entre la mujer misteriosa y los dos atacantes. “No le des tantas vueltas al asunto, quizá tan sólo fue un robo que salió mal”, le comentó Robles para apaciguar el ánimo de su compañero.
“No estoy convencido”, dijo López y dio media vuelta al vehículo yéndose en dirección al centro de la ciudad. Estacionó en una esquina de una calle llena de bares y discotecas. “¿Qué haces, te has vuelto loco?”, le preguntó Robles esperando una explicación. “Espera aquí, hablaré con el de la barra”, respondió el detective, salió del auto y entró al bar.