Archivo por meses: julio 2015

Noche lúgubre

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No es una noche más en el bar de la Quinta Calle. Sentado en la barra desde hacía más de dos horas, Carlos va vaciando poco a poco cada vaso de cerveza que pide sin descanso. La mirada amargada que aparece en su rostro denota lo poco que el sabor del licor bendito le hace efecto en su ánimo.

Por el contrario, la desesperación parece hacer mayor efecto: a más sensación de amargura, la cerveza más rápido se acaba, y más pide para reponer. “!Hey, hey!”, grita cuando se da cuenta que su vaso está vacío después de un rato y el cantinero no se lo ha llenado.

“Lo siento pero ya estás borracho”, le respondió el hombre detrás de la barra y le pidió de modo cortés que se retire del bar. Carlos se rió de la respuesta pensando que era una mala broma pero, como el cantinero no cambiara de parecer, se puso agresivo y le exigió otro trago.

Treinta segundos después, los dos guardias lo empujan fuera del local y le demandaron el pago de lo consumido. Ofuscado por lo ocurrido, Carlos intentó volver a entrar pero ambos hombres lo repelieron haciéndolo caer de rodillas.

Viendo que no lograría su cometido, se levantó y metió una mano en su bolsillo. Encontró un billete de cincuenta y se los tiró al piso. “Ya no lo necesito”, dijo el borracho y salió corriendo por la acera.

(continuará) 

Treinta días

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Tras meditarlo por mucho tiempo, Alberto tomó la decisión que esa noche es la noche. Termina de guardar sus cosas en las gavetas de su escritorio y sólo lleva un par de hojas en su mochila. Y aunque son las seis y media, está segura que Marisela lo aguarda unos minutos más.

Sale de la oficina y se dirige hacia la esquina. Ella ya lo está esperando y él apresura el paso para darle el alcance. Marisela lo recibe con una sonrisa y lo saluda con alegría. Alberto devolvió el saludo y le preguntó si había demorado mucho.

Ella se rió y dijo que sólo habían pasado dos minutos. Eso lo hizo sentir mejor y le pidió que fueran al restaurante que queda a la vuelta para comer algo. Pidieron algo de cenar y mientras esperaban, comenzaron a conversar sobre su día.

(continuará)

Tatuajes y sombras (capítulo quince)

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(viene del capítulo anterior)

Ellos corrieron sin mirar atrás hasta que se sintieron cansados. A pesar del cansancio, Flores tomó un poco de aire y se disculpó con ella: “No creí que Silva podría estar tan obsesionado contigo, así que déjame protegerte”.

“No puedes protegerla”, habló el tatuado mientras se desvanecía y se transforma en el detective Silva. Él le explicó que había buscado a Laura por mucho tiempo, ya que está atado a ella por una maldición. “Y ese hechizo sólo acabará cuando ella muera”, señaló Silva y se apresuró en alcanzarla.

Flores sacó su arma y disparó dos veces. Las balas alcanzaron a su compañero pero, extrañamente, no parecen hacerle daño. “Cuándo entenderás que tú no puedes matarme”, dijo Silva en tono eufórico antes de lanzar un alarido de dolor.

(continúa)

El rey Azul (capítulo final)

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(viene del capítulo anterior)

Azul se alejó pronto de las celebraciones y fue a recluirse a su carpa. No se siente bien pues, más que la guerra en sí, lo más difícil fue tener que tomar la vida de su gemelo. Se quedó llorando durante varios minutos hasta que Petreos entró en su aposento.

El príncipe se enfureció y le pidió que se fuera, pero Petreos no había llegado para irse así de simple. “Entiendo que estés triste, pero hoy ya no puedes quebrarte: hay un reino que espera por su rey”, dijo el líder por voz tranquila pero firme. Azul dejó de llorar y le pidió que lo acompañara en el camino de regreso.

A la mañana siguiente, la guardia de caballeros está formada alrededor de él. Azul cabalgó de regreso hacia el castillo, aquel que no veía desde hace más de cinco años. Su sentimiento era ponerse a la defensiva, así que se sorprendió al escuchar una sonora ovación.

La gente está alegre de verlo llegar. No sabe bien si porque es rey o si porque lo confunden con su gemelo. “No importa tanto el motivo, importan tus acciones”, afirmó Petreos sabiamente. Azul agradeció la confianza y desmontó, acercándose a la gente para recuperar esa sensación de calor humano que había olvidado.

Otro destino

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En aquel momento

que estás encrucijado

pensando en los recuerdos,

pensando en los posibles.

Dos sombras paralelas

que se repelen mutuamente

avanzando por caminos

que no saben su final.

Ellas me jalonean

para seguirlas mansamente,

para buscar sus pasos

y saborear sus mieles.

Pero me quedo quieto,

me doy la media vuelta,

giro a otro destino

que quiero conocer.

Tatuajes y sombras (capítulo catorce)

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(viene del capítulo anterior)

Laura le pidió al guardia que detuviera el auto. El conductor le hizo caso y Laura se pasó para el asiento de atrás para que Flores pudiera ver su espalda. Como pudo comprobar, ella no tenía ninguno de los tatuajes que Silva le había mostrado.

El detective quedó sorprendido: aún no entiende por qué su amigo le ha mentido. “No sé qué puede motivar a tu amigo para culparme a mi, qué interés tiene”, se molestó ella haciendo ahínco en la fijación que Silva tiene en su caso.

De pronto, el aire del lugar cambió. Una onda de calor envolvió el ambiente y tanto el guardia como el detective sacaron a relucir sus armas. De frente hacia al auto, apareció el hombre tatuado caminando lento pero seguro. “Corran”, dijo Flores y huyó del lugar junto con Laura, mientras que el guardia se quedó quieto, dispuesto a enfrentar al que viene.

(continúa)

Durante el tercer año (capítulo final)

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(viene del capítulo anterior)

Si bien habían pasado dos meses desde que la relación se quebró, Luis fue muy enfático en recordarle uno a uno todos los malos ratos que pasaron en aquel tercer año. Mónica se dio cuenta, de forma muy dolorosa, cuánto cada uno de estos hechos había afectado el amor que sentían.

Luis se sinceró: “Yo no iba a venir, pero necesitaba hablar de todo aquello que no me gustó”. Mónica empezó otra vez a llorar como el día del rompimiento. “Lo siento pero tenía que decirlo… y espero que te vaya mejor sin mí”, fue lo último que dijo él antes de abandonar el parque.

Mónica secó sus lágrimas al darse cuenta que él ya se había ido. Finalmente empezó a reflexionar sobre sus errores. “Luis fue lo mejor de mi vida. Ahora se ha ido y otra vez tengo que volver a vivir”, señaló ella al alejarse lentamente de allí.

El rey Azul (capítulo catorce)

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(viene del capítulo anterior)

El duelo era parejo. Como si fuera un espejo, los gemelos chocaron sus espadas una y otra vez, anulando sus respectivos ataques. Sin embargo, luego de media hora, el cansancio empezó a mermar a Eduardo: su disipada vida le está pasando una enorme factura.

Sus golpes de espada empezaron a volverse poco efectivos, lo cual aprovechó Azul para pasar decididamente a la ofensiva. Eduardo apenas pudo aguantar dos golpes: el primero le derribó su escudo, el segundo le hizo sangrar el hombro derecho.

“Ríndete, no quiero seguir hiriéndote”, dijo el príncipe viendo jadear más de la cuenta a su gemelo. “¡No me vengas con misericordias! ¡Ven a luchar!”, gritó Eduardo y se le fue encima, pero no pudo seguir más: Azul vio la defensa baja y clavó su espada por el estómago de su rival.

“Adiós hermano”, fue lo último que dijo el príncipe a Eduardo, quien se derrumbó muerto sobre el suelo. “El rey ha muerto, ¡que viva el rey!”, gritó Petreos y se acercó a Azul para felicitarlo. Los rebeldes también se acercaron a su líder.

(continuará)

Allí estés

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Me pregunto si eres el viento

que se lleva algo de mi aliento

cuando camino distraído

persiguiendo mi destino.

O serás acaso un pensamiento

que se cruza de repente

aturdiendo mi cerebro

en un segundo de suspenso.

Lo cierto es que no importa

cómo te manifiestes,

tan sólo me basta

con que allí estés.