(viene del capítulo anterior)
La determinación de Azul al ejecutar al consejero, infundió temor en Petreos. Montó en su caballo y miró cómo se desangra el desafortunado. Junto con los demás miembros de la comitiva, cabalgó raudamente de regreso al reino. Cabalgó con mucha tensión, como si los rebeldes estuvieran detrás de él.
“Abran las puertas”, gritó el líder al llegar hasta las puertas del castillo. Los soldados se apresuraron al escuchar su voz, y las abrieron. Sorprendido por lo que estaba ocurriendo, el rey Eduardo preguntó el por qué. Petreos se acercó hasta él y Eduardo pudo ver que algunas partes de la vestimenta que cubría sus piernas tienen manchas rojas.
“Mira las manchas y dime si esa es la sangre de tu consejero”, respondió Petreos haciendo obvia la respuesta. El rey vio que no había forma de someter a los rebeldes por las buenas y que la única opción era aniquilarlos. Eduardo le pidió que dirigiera al ejército desde la primera línea. “Tú y yo juntos, desde la primera línea”, señaló Petreos y Eduardo consintió con firmeza, con el objetivo de obtener venganza.
(continúa)