(viene del capítulo anterior)
Flores siguió visitando a Laura cada día en el hospital. A veces conversaron algunas cosas, pero ella se muestra reacia a contarle sobre lo vivido ese día. Flores siente que la joven se ha bloqueado y, a pesar de haber sido paciente, comienza a desesperarle su silencio. Uno de esos días sin resultados, volvió a la comisaria con el rostro ofuscado.
Se sienta en su silla y mira hacia sus papeles tratando de direccionar su frustración. De otro lado del escritorio, el detective Silva, su compañero y amigo, se acerca a él. “¿Es por el hombre de los tatuajes?”, preguntó retóricamente. Flores le comenta lo infrucuoso de las visitas al hospital y lo poco que puede avanzar con la investigación.
“Entiendo tu desazón, por eso quiero darte esto”, dice Silva y le alcanza un cuaderno de dibujo. En tono sarcástico, Flores le dice si acaso quiere que se dedique a la pintura. Silva sonrie un poco y luego se lo explica: “No es para ti. Es para ella, para que dibuje cuando pueda. Seguro tiene alguna sensibilidad artística”.
Silva se retiró. “Gracias”, dijo Flores con muy poco convencimiento. Luego lo pensó mejor: “Si he pedido ayuda, lo lógico es que lo intente”. Esa misma noche volvió al hospital. Era la hora justa en que ella se iba a dormir. “Hola Laura. Te he traido un regalo”, dijo y le dio el cuaderno de dibujo en sus manos. Una sensación de alegría se manifestó por su ser. “Gracias”, agradeció ella con una elocuente sonrisa.
(continúa)