Indiscretos (capítulo cuatro)

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(viene del capítulo anterior)

Al otro lado de la ciudad, Casiopea ha salido a caminar con Melisa, su mejor amiga. Habían quedado en tomar desayuno esa mañana mientras veían ropa en las tiendas. Se llenaron de bolsas a medida que avanza el día hasta que sintieron hambre. Eran las once y decidieron sentarse en un café a beber unos jugos y empanadas.

Los chismes y bromas estuvieron a la orden del día. Las sonoras carcajadas de las dos amigas eran de tal magnitud que algunos transeuntes miraban extrañados. Hasta que llegó la pregunta fatídica. “Y dime Sio, ¿qué se cuenta Alberto?”. Bastó que Melisa lo dijera para que Casiopea se pusiera pensativa.

“Pues seguimos más o menos igual, sin novedad”, fue la seca respuesta de Sio. Meli siguió insistiendo y Sio tuvo que confesar que Alberto practicamente se había escabullido de sus sábanas luego de abrazarla con tanto cariño. “¡Oh, por Dios!”, exclamó Meli como si hubiera descubierto la pólvora. Ante su reacción, Casiopea no sabía si morderse la lengua o admitir lo que ya era obvio.

(continúa)

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