Archivo por meses: agosto 2014

Atado

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Sin decir mucho

me dejaste pensando

en la tibia melancolía

que envuelve tus palabras.

Esa corta conversación

cubierta de silencios,

me quitó la esperanza

de volverte a ver.

Abandonado a mi suerte,

intenté devolverme

la grata alegría

que fulgurante se fue.

No pude, no puedo

y no sé si podré;

porque he quedado

tan atado a tus cosas.

Que si un franco día

yo consigo liberarme,

será porque allí estarás tú,

para lograr alejarme.

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La duda de Jorge (capítulo nueve)

[Visto: 469 veces]

(viene del capítulo anterior)

Jorge se sintió con mayor confianza para poder invitar a salir más seguido a Roberto. No importaba si sólo era ir al cine a ver una película algo aburrida o sentarse en un café a leer uno de esos soporíferos libros de ensayos. Disfruta mucho la compañía de esa persona que, siendo tan parecido a él, es tan genuino y distinto.

Pero un paso importante le hacía falta: darle un beso. Aunque Roberto se lo insinuo en un par de ocasiones, a Jorge le había costado aceptar esa situación. Y a pesar de haberle dejalo abrazarlo y recibir ósculos furtivos en su mejilla, se mostraba sutilmente reacio a emprender dicho avance. Hasta que no pudo esperar más.

“Habíamos quedado en encontrarnos en el parque. Llevo esperando a Roberto más de media hora, y los pensamientos se atoran en mi cabeza. Otra vez la sensación de decirle la verdad de mi plan, me estruja el cerebro y me golpea en lo más hondo; y sólo me queda disimular mirando en dirección a la gente que pasa de un lado a otro por la acera.

De pronto, él se aparece y se acerca. Se disculpa por el retraso, me cuenta que un imprevisto en su casa lo obligó a demorarse. Yo le perdono. Le tomo de la mano y caminamos de la mano por el parque hasta que me detengo. Roberto me pregunta por qué paramos, pero yo sólo me apresto a acariciarlo.

Para cuando se da cuenta, acerco mis labios a los suyos y le robo un beso. Él se quedó gratamente sorprendido, me sonríe y no se queda atrás. Me roba un beso… Empatados uno a uno”.

(continúa)

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Reviviendo (capítulo cinco)

[Visto: 512 veces]

(viene del capítulo anterior)

Si bien es cierto que la noche anterior felizmente no tuve pesadillas, me encontré cansado. La ansiedad acumulada por la situación, me estresó de tal manera que mis ojos se abrieron decididos muy temprano por la mañana. Para cuando llegué al consultorio a eso de las diez de la mañana, el cerebro tan sólo me ordena cerrar los ojos y soñar… y soñar…

“Buenos días. Pase por favor, el doctor Aguirre lo está esperando”, fue la breve respuesta de la secretaria, quien se acercó a mi para avisarme mi turno. Todavía adormilado, mi cuerpo se levantó por inercia y caminó hasta el módulo del oculista, toqué la puerta y entré apenas él dijo “pase”. Todas las pruebas de rutina que Aguirre me realizó parecían pasar ante mí como procedimientos inútiles que me aburrían.

De hecho la bata blanca que vestía era un buen distractor para no quedarme más dormido. Y digo que era, porque hubo un momento en que ya mis ojos no pudieron escapar. Primero las gotas y luego mi cabeza apoyada sobre un soporte frente a un proyector de imágenes.  “Dime qué ves”, era la pregunta repetitiva de Aguirre cada vez que hacia un cambio de figuras. Con las primeras imágnes no hubo problemas, pero con las siguientes ocurrió algo desconcertante.

Bus. Semáforo. Choque. Otro bus. Paradero. Cuerpos destrozados. Otro semáforo. Y, de pronto, borroso. Borroso. Borroso. “¿Me estás tomando el pelo?”, preguntó con fastidio Aguirre al ver que no acertaba.  “Lo que veo, o no puedo ver, es lo que digo”, le respondí convencido de mi posición. El oculista escribió algo en su prescripción médica y me la entregó presuroso, seguramente queriendo nunca más volverme a ver.

(continúa)

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La caída de Toño (capítulo tres)

[Visto: 474 veces]

(viene del capítulo anterior)

A la mañana siguiente, como de costumbre me levanté muy temprano. Me despedí de mi esposa con un beso en sus labios. Llegué a la construcción como a las siete y media, pero extrañamente encontré la puerta cerrada. Toqué la puerta con los nudillos pero igual no abrieron. “Vuelve en un rato”, me gritaron desde adentro.

Caminé hasta la esquina, donde el emolientero vende sus riquísimos desayunos. Me pedí un vaso de emoliente y un pan con huevo frito, que no tardé saborear apenas me sirvieron. “No me dejan entrar. ¿Ha visto qué es lo que ha pasado?”, le pregunté al emolientero, quien observó desde muy temprano lo que iba ocurriendo.

“Han venido los ‘chalecos’ del taita para cobrar su cupo de la obra”, dijo el emolientero en un susurro temeroso. Comprendiendo la situación, le pedí otro vaso para poder alargar mi estadía en la esquina unos minutos más. De un momento a otro, la puerta se abrió y dos hombres altos y morenos salieron caminando hacia un auto estacionado.

Una vez que el auto se fue de la zona, me acerqué hasta el maestro de obra, que espera en la puerta con cara de asustado. Le pregunté qué había sucedido. “Toño, ¿qué haces de chismoso? ¡Anda a trabajar!”, fue lo único que me espetó con inusitada molestia y yo preferí ignorar su actitud mientras entro en la construcción.

(continúa)

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Cabello largo, sonrisa clara

[Visto: 554 veces]

De repente nada

y de repente todo

es lo que siento

cuando me acerco aquí.

Tú ya no estás,

te fuiste hace mucho,

con tu cabello largo de veinteañera,

con tu sonrisa clara de niña buena.

En la banca donde

tantas tertulias compartimos,

yo sigo aún presente

recordando lo que no es reciente.

Ya no me pregunto

qué es lo que harás,

qué canción escucharás,

ni qué amor te guiará.

Tras quedarme un rato,

esa sensación me detuvo,

junto con una voz suave

y una aparición perfecta.

Diez años después eres tú

con tu cabello largo de veinteañera,

diez años después me alegras tú

con tu sonrisa clara de niña buena.

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La duda de Jorge (capítulo ocho)

[Visto: 475 veces]

(viene del capítulo anterior)

Son las seis y media de la mañana. La perilla de la puerta gira después de ser abierta por fuera. Jorge entra en la habitación y sus ojos cansados sólo pueden ver la cama que está delante. Como una pluma que es arrastrada por el viento, se deja llevar y cae pesadamente sobre el viejo colchón.

La una de la tarde recién le dio la bienvenida a un nuevo día. Miró su reloj y, aún incrédulo por lo sucedido, brincó de la cama y se fue al baño a darse un duchazo. Una vez repuesto de la resaca, tomo otra vez su cuaderno y se puso a escribir.

“Nos sentamos en la barra y él pidió unos tragos. Mientras esperábamos, yo miré hacia la pista de baile. Las parejas de chicos y lesbianas bailaban con total normalidad, como cuando Nati y yo éramos pareja y nuestras amigas y amigos nos acompañaban en las juergas. Al fin y al cabo, pensé también son personas.

Fue en ese momento de suprema reflexión, cuando sentí que Roberto deslizo su mano al costado de la mía. Y aunque me sorprendí, hice lo necesario para que no pareciera evidente. Como el barman demoraba, él me invitó a bailar. Acepté de buena gana y sentí que podía danzar con tanta gracia, que no importa quién sea mi pareja de baile.

Sentí que tengo una nueva actitud, un nuevo compromiso. Sentí que soy otra persona. Sentí, en fin, la verdadera libertad”. 

(continúa)

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La caída de Toño (capítulo dos)

[Visto: 481 veces]

(viene del capítulo anterior)

Hace dos días sólo era una persona normal, lidiando con las visicitudes de una familia numerosa y un empleo rudo y poco remunerado. Y hace apenas una semana había comenzado a laborar en la nueva edificación que se levantará pronto en el barrio ficho. Es verdad que me cansaba cargando los sacos de cemento o las varillas de fierro.

También es cierto que el viaje de regreso hasta mi casa me maltrata mucho la espalda. Pero todo aquello se borraba, cuando entro en mi casa y mis tres hijos me reciben con sus abrazos y me llenan de besos. Son las siete de la noche, y sólo mi esposa demora en saludarme. Está en la cocina, terminando de hacer la cena.

Ella nos alcanza y me da un beso un tanto apurado. Nos llama a comer, y la niña y los niños terminan rápido su sopa y su segundo. Se despiden luego de nosotros y se van a sus habitaciones para dormir. Recojo los platos de la mesa y, mientras los lavo, ella se acerca por detrás.

Sus manos circundan mi cintura y se quedan suavemente pegados a mi cuerpo. “Amor, hoy no hiciste postre”, dije mirándola con dulzura. “Ya está listo, sólo que lo hice para ti”, respondió con fina coquetería y me robó un beso. Qué ironía que, por una motivación diferente, aquella noche tampoco pude dormir.

(continúa)

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Reviviendo (capítulo cuatro)

[Visto: 488 veces]

(viene del capítulo anterior)

Aunque la noche se pasó volando, eso no me significa que el día fuera igual. Salí de casa sin un desayuno en mi estómago y tomé el primer bus que pasó por el paradero. Estaba muy lleno, pero aún así pude sentir una mano sobre mi hombro. Se trata de Guido, un amigo a quien no veía hace algunos meses.

Nos saludamos y apenas si cruzamos un par de frases, hasta que detectamos que dos asientos han quedado vacíos y nos apresuramos en ocupar. Entonces le narro el extraño sueño que he tenido. Guido escucha atentamente el relato pero, por las muecas de su boca, es claro que se muestra incrédulo en su reflexión.

“No sé si sea para tanto, incluso creo que puedes haberte golpeado la cabeza y estás alucinando”, dijo mi amigo y me recomendó ir donde un médico. Es verdad que esperaba más de su sapiencia, pero también es cierto que su consejo era válido. Así que saqué cita en un hospital para el día siguiente e imploré para no tener más pesadillas durante esa noche.

(continúa)

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El viento helado del sur

[Visto: 563 veces]

He quedado atrapado

entre la mar con sus olas frías

y la playa ancha

con sus arenas húmedas.

He quedado cercado

por el viento helado

que avanza con fuerza

y viene del sur.

Y me empuja hacia

el silencioso desierto

que se expande incierto

bajo un cielo azul.

Así se difuminan mis palabras

cuando expresan su son,

salen libremente

a buscar tu voz.

Pero se estrellan una

y otra vez en continuo,

sin entender tu hastío,

sin comprender tu indiferencia.

Sofocadas ante la evidencia

del muro que alzas,

siempre se pierden

en la playa ancha,

en el silencioso desierto,

en el viento helado

que viene del sur.

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La caída de Toño

[Visto: 476 veces]

Mi escondite se siente más frío y húmedo. Aunque intenté dormir, la sensación de que no pasaría de esta noche hizo que estuviera sobresaltándome a cada rato. Me puse a recordar días felices de un lejano pasado. “Cuánto cambió todo”, me puse a pensar en uno de esos momentos de insoportable insomnio.

Tras muchas veces de cerrar y abrir los ojos, me levanté del colchón y empecé a caminar en ese espacio que no me otorga ningún calor. Mis manos frotan mi cuerpo queriendo quitarse de una vez esa sensación gélida y desamparada, pero no es suficiente. Desesperado, vuelvo a acostarme en el colchón y cubrirme con la vieja frazada.

Son quizá las cuatro, o las cuatro y media de la mañana. Ya no lo sé con certeza. Lo que sí es cierto es que vi luces alumbrando por entre rendijas y llegan hasta mí. Es más: oigo el murmullo de unas voces que, bajitas, se comunican evitando vanamente que ecuche. No me importa hacerles caso. Sé que están cerca y pronto darán conmigo.

(continúa)

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