(viene del capítulo anterior)
A la noche siguiente, Jorge entró en su habitación. Dejó la mochila sobre su cama y se dirigió hacia su escritorio. Allí le esperaba un cuaderno que no tardó en abrir para escribir lo sucedido ese día.
“Temprano en la mañana, llamé al muchacho que me encontré en las duchas. Le saludé y comenté nuestro encuentro. Roberto, que es su nombre, se alegró por la comunicación y no tardó en invitarme, ver si salíamos el fin de semana. Dudé unos segundos, pensando que quizá iba muy rápido.
Al final me dije, ¿por qué no?, y respondí afirmativamente a su pedido. Roberto se puso muy contento y quedamos en vernos el sábado en la Alameda Santiago como a las nueve de la noche. Nos despedimos y terminó la llamada. Con ella se fue mi tranquilidad. Ahora no sé cómo explicarle la verdad sin dañarlo.
Cómo decirle que esto no es más que un experimento, una situación para salvar otra, un momento de locura, una ilusa transición. No lo sé. Quizá llegue el día y tan sólo me deje llevar.”
(continúa)