(viene del capítulo anterior)
El imprevisto salto me golpea con cierta rudeza la espalda. Los pocos pasajeros, molestos por lo ocurrido, empiezan a bajar de bus. Me doy un par de minutos para poder aliviar el dolor que me aqueja. Finalmente logro bajar por mis medios y miro el costado del bus: la tremenda embestida del otro vehículo hundió su costado izquierdo.
Mientras los demás pasajeros le reclaman al chofer y al cobrador por el tiempo perdido, yo no pierdo el tiempo. Camino adolorido hasta el siguiente paradero. Mis oídos zumban, como queriendo escuchar un sonido perdido, y mi mirada se ve distorsionada, con imágenes que no termino de distinguir.
Espero hasta que llega un bus de la misma ruta. Me siento otra vez, y otra vez me quedo dormido. Algo ha cambiado: mi boca no está seca. Siento un líquido ferroso que poco a poco la va llenando. Abro mi boca, y la sangre brota a mares. En ese momento, alguien toca mi hombro. Me despierto sobresaltado: el cobrador ha interrumpido la pesadilla, y me indica que ya llego a mi paradero.
(continúa)