Archivo por meses: julio 2014

La duda de Jorge (capítulo siete)

[Visto: 542 veces]

(viene del capítulo anterior)

Aquella noche, Jorge no sabía cómo vestirse. Cuando estaba con Nati, siempre sabía que debía estar bien elegante aunque solo fueran a comer un par de hamburguesas del chino de la esquina. Ahora, la duda entre la camisa negra y la casaca o el polo manga larga y la capucha gris se le hacía un mundo.

Como volviendo a una etapa rebelde, el polo y la capucha se combinaron con un jeans rasgado y zapatillas de lona. Llegó a las nueve y cuarto y, como no vio a Roberto todavía, encendió un cigarrillo que traía en uno de sus bolsillos. Poniéndose a pensar que quizá ir allí fue un error, arrojó el cigarrillo ya consumido al suelo.

Pero no tuvo opción: cuando volteó su mirada, miró a Roberto venir por el otro lado de la Alameda Santiago. Una sonrisa brilla en la cara del muchacho, quien viste tan informal como él. “Hola Jorge, ¿qué hacías?”, le preguntó cuando lo tuvo cerca. Jorge también sonrió y le invitó un cigarrillo.

Una vez prendido el pitillo con su encendedor, y tras un par de bocanadas, ambos empezaron a caminar en dirección al boulevar. “¿A dónde exactamente me llevas?”, quiso saber Jorge mientras se paraban en la entrada de una discoteca: Freedom. “Un lugar nuevo”, respondió Roberto y ambos ingresaron.

(continúa)

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Reviviendo (capítulo tres)

[Visto: 456 veces]

(viene del capítulo anterior)

Todo el día en la oficina me quedé pensando qué pudo haber causado esa sensación. Y a pesar que traté, no encontré explicación alguna. Mis compañeros, incluso, me preguntaron qué me pasaba porque me notaban ensimismado la mayor parte del día. “No es nada”, fue lo único que contesté con cierto fastidio para que no volvieran a cuestionarme.

Aquella noche, cuando volví a mi casa, eran las nueve y sólo tenía ganas de dormir. Me acosté en mi cama y rápidamente se me cerraron los ojos. Ellos me devolvieron al bus, donde despierto como si hubiera estado en un largo reposo. A mi costado hay otro pasajero. Tenía el cabello alborotado y vestía de forma desaliñada.

Busco mi celular para ubicarme pero no lo tengo. Le pregunto al pasajero por la hora. “No es temprano, ni es tarde. Sólo es la hora justa”, respondió en un tono misterioso. Desconcertado, le pregunté qué significa eso. “Aquí no lo puedes entender. Tienes que despertar”, fue su susurrante aseveración.

Como me aburrieran sus palabras, incliné mi cabeza en la ventana y cerré los ojos. Cuando los abrí de nuevo, la luz de mi habitación entró por la ventana. Es un nuevo día y me deja sorprendido.

(continúa)

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No sigamos

[Visto: 509 veces]

Es raro verte

sentada frente a mi,

ahora que te enojas,

ahora que pides una explicación.

Mis ojos inexpresivos

te miran fijos por última vez

y mi voz aturdida

se vuelve fuerte.

“No puedo ya seguir,

seguir con esta vida,

con esta pesadez,

con este aburrimiento.

Así como lo oyes:

me cansé de esperarte,

me cansé de buscarte,

me cansé de agradarte.

Ya no puedo verte

de la misma forma,

no quiero más herirte,

no quiero que sigamos.”

Me levanto de la mesa

buscando mi destino,

y tus lágrimas caen

señalando mi camino.

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La duda de Jorge (capítulo seis)

[Visto: 450 veces]

(viene del capítulo anterior)

A la noche siguiente, Jorge entró en su habitación. Dejó la mochila sobre su cama y se dirigió hacia su escritorio. Allí le esperaba un cuaderno que no tardó en abrir para escribir lo sucedido ese día.

“Temprano en la mañana, llamé al muchacho que me encontré en las duchas. Le saludé y comenté nuestro encuentro. Roberto, que es su nombre, se alegró por la comunicación y no tardó en invitarme, ver si salíamos el fin de semana. Dudé unos segundos, pensando que quizá iba muy rápido.

Al final me dije, ¿por qué no?, y respondí afirmativamente a su pedido. Roberto se puso muy contento y quedamos en vernos el sábado en la Alameda Santiago como a las nueve de la noche. Nos despedimos y terminó la llamada. Con ella se fue mi tranquilidad. Ahora no sé cómo explicarle la verdad sin dañarlo.

Cómo decirle que esto no es más que un experimento, una situación para salvar otra, un momento de locura, una ilusa transición. No lo sé. Quizá llegue el día y tan sólo me deje llevar.”

(continúa)

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El misterio del atrapasueños (capítulo final)

[Visto: 500 veces]

(viene del capítulo anterior)

Alonso fue hasta su cuarto y recogió el peluche. Volvió hasta la sala y le pidió a Yarek que le entregara el atrapasueños. El juguetero no dudó de sus intenciones y se lo dio con sumo cuidado. El niño se sentó y amarró el hilo azul del amuleto en el cuello del peluche. Un inusitado viento se propagó desde allí hasta todos los rincones de la casa.

Sólo Yarek pudo interpretarlo: “Está contento”. Alonso también lo está y no deja de abrazar a su peluche. El juguetero decide que el peluche se quede con ellos. Alfredo le pregunta preocupado si ocurriría de nuevo un evento como el vivido. Yarek fue contundente: “Ya no. Tu hijo ya conoce el corazón del mío”.

Los miró con simpatía y salió de la casa dibujando en su rostro una sonrisa. Aquella noche, cuando se fue a acostar, el niño tomó en peluche en sus brazos y se durmió con él. Alfredo vio ese gesto y respiró aliviado: sabe que, a partir de ahora, su hijo tendrá un mayor aprecio por sus regalos.

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Reviviendo (capítulo dos)

[Visto: 541 veces]

(viene del capítulo anterior)

El imprevisto salto me golpea con cierta rudeza la espalda. Los pocos pasajeros, molestos por lo ocurrido, empiezan a bajar de bus. Me doy un par de minutos para poder aliviar el dolor que me aqueja. Finalmente logro bajar por mis medios y miro el costado del bus: la tremenda embestida del otro vehículo hundió su costado izquierdo.

Mientras los demás pasajeros le reclaman al chofer y al cobrador por el tiempo perdido, yo no pierdo el tiempo. Camino adolorido hasta el siguiente paradero. Mis oídos zumban, como queriendo escuchar un sonido perdido, y mi mirada se ve distorsionada, con imágenes que no termino de distinguir.

Espero hasta que llega un bus de la misma ruta. Me siento otra vez, y otra vez me quedo dormido. Algo ha cambiado: mi boca no está seca. Siento un líquido ferroso que poco a poco la va llenando. Abro mi boca, y la sangre brota a mares. En ese momento, alguien toca mi hombro. Me despierto sobresaltado: el cobrador ha interrumpido la pesadilla, y me indica que ya llego a mi paradero.

(continúa)

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Alejarnos me apena

[Visto: 453 veces]

No busques más esa señal,

no te canses en vano

escarbando en la arena

aquello que se fue al mar.

Porque la playa es angosta

y la marea tan cruda,

que desgasta tus tobillos

y ensordecen tus oídos.

Porque queriendo acercarte

me dejaste partir,

y mi corazón enamorado

de a pocos se olvidó de ti.

Entonces comprenderás

este cálido sentimiento,

que un día fue sólo tuyo,

y no regresará.

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La duda de Jorge (capítulo cinco)

[Visto: 511 veces]

(viene del capítulo anterior)

A la semana siguiente, Jorge se apareció por la universidad con una actitud desconcertante para sus amigos. La ropa demasiado limpia, los gestos delicados y la mirada algo coqueta eran su nuevo sello distintivo. Y si bien sus antiguos amigos no lo entendieron, empezó a llamar la atención de otros muchachos.

Al principio sólo fueron ojos curiosos observándolo por los pasillos o pedirle cierta indicación sobre un lugar. Nada realmente importante había pasado hasta que llegó ese momento después de la pichanga. Era una de las pocas actividades que aún disfruta hacer después de su episodio depresivo.

Entro a las duchas y empezó a mojarse con el agua cayendo por todo su cuerpo. Dos minutos más tarde sintió que alguien lo estaba mirando. Volteó y vio al muchacho que había entrado a las duchas. “¿Puedes prestarme tu jabón?”, preguntó el desconocido con cierto temor. Más fresco que de costumbre, Jorge se lo pasó con su mano.

El otro muchacho estiró el brazo. Su mano rozó con la de Jorge y realizó una caricia solapada mientras recibía el jabón. Jorge tomó la iniciativa y lo besó en los labios. Y aunque terminó bañándose por separado, al muchacho le gustó el beso. Cuando salieron de allí, él le alcanzó un papel donde había anotado su número telefónico.

(continúa)

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Reviviendo

[Visto: 493 veces]

Son las siete de la mañana, y he despertado asustado, recordando que me toca trabajar hoy y que ya es tarde. Con una rapidez inusitada, me aseo y me visto, tomo mi desayuno y salgo de mi casa, caminando con firmeza para poder llegar pronto al paradero. Son las siete y media, y estoy parado esperando.

Cinco, diez… Trece minutos son al final los que tardo en ver llegar el autobús que me llevara a mi destino. Los párpados me pesan aún, pero no puedo pegar una pestañeada. Los asientos están copados y sólo me queda aguantar parado y rodeado de personas que, al igual que yo, están más preocupadas por el sueño y menos por su oficina.

El bus avanza, la hora avanza y los paraderos también. Los pasajeros empiezan a volverse menos y los espacios más amplios. De pronto, el milagro: algunos asientos libres, de esos que están pegados a la ventana. Me quedo con uno de ellos y no me siento. Me acomodo con todas las ganas de alguien que espera su recompensa.

Mi cabeza se inclina, los ojos se cierran. El mundo se vuelve oscuro alrededor. No siento nada. O tal vez sí: un choque potente me hace saltar.

(continúa)

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El misterio del atrapasueños (capítulo quince)

[Visto: 476 veces]

(viene del capítulo anterior)

Yarek caminó con el atrapasueños entre sus manos hasta llegar a la sala. Allí lo esperaba Nora, quien quería una explicación a lo sucedido. “Le fallé a Muchek, le fallé”, dijo el viejo y comenzó a llorar sentado en un sillón. Alfredo y Alonso se acercaron hasta él. El padre le preguntó por qué decía eso.

“Muchek fue mi hijo. Cuando él era un niño, yo me preocupe más de mi tribu y no de prestarle atención”, contó Yarek cuando estuvo más calmado. Él señaló que le regaló el atrapasueños para protegerlo, pero sólo fue una excusa para descuidarlo. Un día, el niño desapareció y sólo encontró en las tierras áridas las dos partes del amuleto partido.

Unas noches después de la desaparición, el espíritu de Muchek se le presentó en su casa y comenzó a atormentarlo. El juguetero no encontraba la forma de que se fuera, hasta que logró encerrarlo en el oso de peluche. “Yo les regalé el oso con la esperanza que pudieran cuidarlo”, terminó Yarek con notorio descontento. Alfredo lo miró condescendiente, cuando Alonso se le adelantó: “creo que sé lo que hay que hacer”.

(continúa)

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