(viene del capítulo anterior)
El cambio de actitud que había mostrado el pequeño José le pertubó a su madre. En principio, la señora veía que se comporta con normalidad ante las situaciones, salvo en una: cuando el camión de helado avanza por la calle. Su hijo no salía y, si alguna rara vez lo hacía, se quedaba junto a la puerta. Pronto, los demás niños empezaron a hacer lo mismo.
Caras extraviadas, silencio y mutismo acompañan al paso del joven heladero, quien empezó a desesperarse al ver que no vendía como antes. Días después, Juan en persona bajó del camión y se acercó hasta José con un helado de chocolate en sus manos. “Hola José. Ven al camión. Te regalaré este y otro helado”, dijo Juan con sus penetrantes ojos.
José, que lo mira desde su puerta, siguió con su mutismo y le negó moviendo su cabeza de un lado a otro. Juan se ofuscó y estuvo a punto de tirar el helado contra el niño, cuando vio que por la esquina aparecía otro menor. “Te salvaron hoy”, señaló Juan con un susurro amenazante y se dirigió hasta el camión. Condujo por la calle y paró al costado de su próxima víctima.
(continúa)