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Entro en esa habitación
que parece tan vacía,
aunque estas tú sentada
en la silla tan fría.
Avanzo con pasos firmes
pero tú ni te inmutas,
esperando no verme,
deseando que me vaya.
Te miro a tu cara,
cuyos ojos me rehuyen
y tus cabellos remueves
como delgada cortina.
Pero no son tus ojos semi cerrados
los que quiero convencer:
son tus oídos algo sordos
a los que voy a señalar.
“Fue mi error, mi grave error,
y lo siento mucho,
sólo quiero que me oigas
y no que me respondas”.
Al decirlo así de frente
tan emocionado derramo
unas lágrimas sinceras
que no evitan caer.
Salgo ya de tu espacio
y me dispongo a irme,
pero tu abrazo es muy fuerte,
me desarma por entero.
Empiezo a besarte
y a quererte otra vez,
pues mi vida… tu vida,
ha vuelto a vivir.