El viejo en la banca blanca

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A veces me pregunto qué es lo que el viejo Erik me hubiera dicho ante mis problemas presentes. Es verdad que, cuando estoy frente a su tumba, dejo que escapen algunas palabras. “Hola viejo amigo, ¿cómo te va?”, comienzo siempre en cada visita donde él aguarda ya tranquilo, sereno.

Y mis lágrimas se sueltan libres al recordar que no siempre fue así. Que hubo una época donde ambos podíamos vernos las caras: yo saliendo de la casa de mi abuela, rumbo a la panadería, y él sentado en una de las bancas blancas del verde parque.

“Muchacho, ¡qué bueno verte!”, dijo el hombre al verme llegar hasta su lado caminando con mi bolsa de pan. Y nos quedábamos conversando cinco o diez minutos hasta que sintiera que se enfría el pan. Entonces, yo me despedía apurado mientras él se reía y se reía.

(continúa)

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