Tiempo de venganza (capítulo cuatro)

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(viene del capítulo anterior)

El tercer indicio fue sutil pero muy osado. Dos meses después de la revisión de la computadora, Eduardo volvía a su casa una noche. Tuvo la percepción de que lo seguían hasta su casa. Cuando bajó de su auto, un vehículo negro se estacionaba en la otra acera.

Como no quisiera que el conductor se confiara, subió hasta su departamento y miró, detrás de la leve cortina que cubría su ventana, el vehículo estacionado por un par de horas. Hasta que, sin señal de que saliera el conductor, encendían otra vez el motor y se iban de allí.

La misma escena se repitió durante los dos días siguientes. Al tercer día, movido más por la curiosidad que por su profesionalismo, se acercó al vehículo negro y golpeó en la puerta del piloto. “Hey, ¿qué pasa?”, dijo Ricardo abriendo la puerta.

Eduardo le preguntó que hacía allí. “No sabía cómo informarle de esta situación”, señaló Ricardo y le entregó una carpeta. En ella, se explicaba una situación de robo de información confidencial por parte del jefe adjunto y algunos de los analistas.

“No te preocupes, yo me encargo… y por favor, no te demores más días”, le recriminó Ricardo. Ricardo le comentó que lo hacía porque sentía que sus amigos analistas habían sido presionados por el adjunto. “Eso no te corresponde evaluarlo. Vete ya”, ordenó Eduardo con recargado fastidio.

(continúa)

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