Ambos pasaron un par de horas haciendo el hueco lo más grande posible. “Ya está”, afirmó González sentir que era del tamaño adecuado. Le pidió a Lucho que tomara un extremo de la bolsa y la depositaran dentro. Con mucho esfuerzo, el joven levantó el extremo señalado y dejó caer la bolsa en el hueco.
“Pésimo, ¿qué es esto?”, preguntó de forma retórica el muchacho. González, que de sarcasmo no entendía mucho, lanzó de frente: “es uno de los guardaespaldas del patrón, murió ayer”. Lucho se quedó pálido, pero el capataz le confirmó que si lo mandaban a la ciudad, era para resguardar a Rodolfo.
“Ayer fue este pobre hombre, mañana puedes ser tú”, respondió González con una sonrisa chueca que le dejó a Lucho una mala impresión. Terminaron de lampear la tierra y el capataz le dio al muchacho una pistola: “es hora de practicar”.