Constanza abrazó al muchacho con demasiada intensidad. Él la miró con ternura y acercó sus labios para poder besarla. Ella se fijó en sus intenciones y, tras al inicio, le dio un suave y breve beso. Lucho iba a darle otro beso, pero ella se negó. “Uno por vez”, le indicó Constanza con una sonrisa.
Ella le ayudó a levantarse, le secó las lágrimas y lo acompañó hasta la casa grande. Al llegar a las habitaciones se despidieron y cada uno se fue por su lado. Lucho continuó con su faena en el campo, hasta que Rodolfo lo volvió a llamar varias semanas después.
“Necesito que me acompañes a la ciudad, ve con González para que te dé tus instrucciones”, fue lo poco que dijo el patrón al ver entrar al joven en su oficina. Se dirigió donde González, el capataz, con el recado del patrón.
“Primero que nada, necesito que me ayudes a cargar esta bolsa”, y le señaló la bolsa negra que estaba a sus pies. Ambos llevaron el pesado bulto y un par de palas hasta una zona distante de la casa grande. “Hora de cavar”, dijo González soltando la bolsa y horadando la tierra alrededor.