Los rayos del brillante sol entran por las ventanas de los vagones, mientras el tren avanza con paso firme y continuo por los rieles que comunican la serranía. En uno de vagones, sin embargo, Camilo Estrada cierra las cortinas ante el sofoco que empieza a sentir.
El hombre alto de mediana edad enciende un cigarrillo y reflexiona mirando el humo que se eleva y desvanece. Hace veinticinco años que había decidido irse de Jarumarca, cumpliendo la promesa de retirarse luego de batirse a duelo con el villano José Sifuentes. Pero la familia pudo más al final.
Un mes atrás, había recibido una carta de su padre. Le comunicó que estaba muy enfermo y que quería verlo antes de partir. Camilo ni pensó en negarse: a las dos horas tomó unas cosas en su pequeño equipaje y, en su cinto, el viejo revólver que nuevamente le dará pelea.