López cuadró su auto en una calle sin mucha iluminación. Él y Lorena salieron a la calle y comenzaron a besarse. Emocionados, caminaron a la casa de ella. Luego que entraron, los sospechosos llegaron en el auto negro. Antes de bajarse, se colocaron unas capuchas y blandieron unos puñales.
Se disponían a ingresar por el frontis, cuando los patrulleros aparecieron con tremendo estruendo y redujeron a los desconocidos. Sin oponer resistencia, los dos hombres fueron conducidos a una de las patrullas, mientras el detective Robles entró en la casa.
“López, tenemos a los asesinos, ya todo terminó”, dijo desde la salita de recibo sin recibir respuesta. Desenfundó su arma y avanzó hacia las habitaciones. Uno a uno, sus pasos apenas hacían ruido en el suelo. Una puerta se abrió con violencia: la mujer se abalanzó contra él levantando un cuchillo para carne.
Robles reaccionó instintivamente ante la amenaza y le disparó. Lorena cayó al piso, desangrándose profusamente por el agujero en su pecho. El detective se adentró en la habitación y vio un cuerpo echado en el piso, detrás de la cama.
Al darle vuelta, confirmó que era López, quien se desangraba por los enormes cortes que recibió en el abdomen. “Tenías razón amigo… esto me costó caro”, habló el detective con dificultad. Luego, inclinó lentamente su cabeza y enmudeció por última vez.