Estragos de la furia (capítulo siete)

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(viene del capítulo anterior)

Minutos después de ese encuentro, López intuyó que una cita con la sospechosa estaba más que descontada. Se acercó al cantinero y se despidió, no sin antes recordarle que le mande aviso cuando volviera la italiana por el bar.

Al día siguiente, el detective le contó a su colega sobre lo ocurrido esa noche en el bar. “Eso fue poco profesional, y te va a costar caro”, comentó Robles luego de escucharlo atentamente. “Aún la sigo viendo como testigo de un crimen”, señaló López y le contó su plan para su próximo encuentro.

La nueva llamada del cantinero propició la puesta en marcha del operativo para ese fin de semana. Como la vez anterior, López se sentó en la barra, miró de reojo y se fijó donde Lorena estaba sentada. Ella se percató de la presencia de su ocasional interlocutor y se le acercó con su peculiar caminar.

“Te veo de nuevo”, le dijo el detective cuando la tuvo frente a sí. Lorena sonrió y lo besó en los labios suavemente. López no se quiso quedar atrás y la besó con mayor pasión. “¿Por qué no salimos a caminar?”, preguntó él completamente decidido.

Ella aceptó, dejaron los tragos y salieron del bar. Se encaminaron hacia la esquina, donde López había dejado su auto particular, y partieron de allí. A los pocos segundos, un par de jóvenes, que estaban sentados en la entrada del bar, subieron a un auto negro y los comenzaron a seguir.

(continúa)

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