“Me llamo Abelardo”, se presentó el desconocido, “estudio con Luis y él me llevó a conocer esas profecías”. Laura le contó que era la enamorada de Luis y había conseguido algunos libros que él había estado revisando y las notas de su mochila por azar.
“Si no sabías qué buscar, ¿cómo es que pensaste en la mochila?”, le preguntó él intrigado. Ella le comentó que había oído la voz de Luis indicándole eso en su estado de coma. Eso lo sorprendió gratamente a Abelardo: “Luis creía que, a medida que el fin se acercara, la gente tomaría más conciencia de su potencial espiritual… ¡fue su espíritu hablándote!”.
Laura no entendía lo que él decía. Abelardo sacó unos apuntes que tenía guardados y se los mostró. Era la letra de Luis: en ellos, el joven citaba no los versos de la profecía maya del fin del mundo, sino las frases sobre su filosofía.
“Al fin lo comprendiste: es hora que me vaya”, escuchó claramente Laura como unas palabras proveniente del pasillo. “¿Escuchaste eso?”, le preguntó ella a Abelardo, pero él respondió que no oyó nada. “Quédate con todo”, dijo ella y salió corriendo, dejando a Abelardo solo gritándole a dónde se va.