“¿De qué hablas? Lo vimos transformarse en lobo”, gritó uno de los pobladores. “Es cierto, pero él no se llevó al hijo de Higinio: fue el viejo Carlos”, reveló el cazador y muchos quedaron asombrados. Otros lo refutaban: ¿cómo era posible que cuando Alberto desaparecía del pueblo, el niño era raptado?
“Carlos se enteró del secreto de Alberto, y se aprovechó de su huida para secuestrar al niño”, señaló Tomás aún más apesadumbrado. Y luego de explicar este punto, prosiguió con su relato: jalado por el lobo, fue guiado fuera del pueblo y subieron al monte.
Tardaron en encontrar a Carlos pero el fuego de una improvisada fogata lo delató: divisó al hombre cocinando un poco de carne y, a su costado, Juanito dormido dentro de un costal. “Así se lo sacó fuera del pueblo”, entendió Tomás y decidió esperar.
Pero el lobo estaba ansioso y se soltó de la soga y corrió sobre el raptor. Desprevenido, el viejo Carlos luchó con el lobo sujetándolo de las patas. Tomás vio la oportunidad de acercarse y recogió a Juanito. Corrió a todo lo que dieron sus pies, mientras escuchaba los gemidos de dolor de Carlos y algunos balazos disparados por el zapatero.
Una vez que cesaron los ruidos, Tomás se acercó con su hijo hasta el lugar donde ocurrió el enfrentamiento: Carlos tenía varios músculos desgarrados y Alberto, a punto de morir, exhibía en su cuerpo el impacto de tres disparos.
Tomás se agachó donde yacía su amigo, quien le dijo unas palabras en el oído antes de fallecer. Luego, se retiró con Juanito bajando el monte. Su hijo le preguntó si el lobo lo había raptado. “No, mi niño. El lobo te salvó esta vez”, dijo su padre emocionado y lo abrazó durante todo el camino.