Toño espera en el paradero desde hace media hora. Cada carro que pasa es una oportunidad perdida, al ver que van llenos o que pasan apurados ignorando la parada. Molesto por el sueño y el cansancio de la jornada, Toño mira otra vez su nuevo reloj. “¡Diez y media, carajo!”, se enfurece aún más al enterarse.
Al fin, acertó a pasar por ahí una combi medio vacía. Toño extendió el brazo y el pequeño carro paró. “¿Pasas por Lavalle?”, preguntó él sin muchas ganas, viendo la luz violeta que iluminaba el interior. “Claro pe’ chibolo, ¡sube, sube!”, confirmó el cobrador y de un empujón lo metió en la combi.
Él se sentó próximo a la puerta para poder bajar lo más rápido posible. Unas cuadras después, bajaron tres personas, y quedaron sólo cuatro. Fue en ese momento cuando el cobrador cerró la puerta de la combi. “No sube nadie… Pisa, pisa”, fue lo que le dijo al chofer y el carro empezó a acelerar desmesuradamente.
Esto le olió mal a Toño porque pasaron por dos paraderos con personas extendiendo el brazo, pero la combi ignoró verlos. Además, el cobrador y el otro pasajero lo miraban de reojo. De pronto, la luz violeta se apaga, ellos se abalanzan sobre él y comienzan a pegarle y rebuscarle en los bolsillos. La combi cruza un puente y gira hacia la salida a la derecha.
El chofer se detiene, se desabrocha el cinturón de seguridad y sujeta del cuello a Toño para someterlo. Él se resiste, hasta que siente un dolor punzante en el abdomen. Apoderados de sus pertenencias, los tres criminales lo botan a patadas de la combi. Toño, apuñalado y golpeado, yace inmóvil en el pavimento mientras la combi se aleja.