La Moira se desangró, pero Joel aguardó hasta que no tuvo reacción alguna para continuar su camino. Se sentía cansado, pero decidió seguir avanzando por la escalinata, aunque lento, hacia la siguiente explanada.
Tras varias horas que le parecieron eternas, finalmente logró llegar a la tercera explanada. Avanzó unos pasos, y sintió que bajos sus pasos, el suelo se deshacía. Miró hacia abajo: el piso tan firme se había convertido en tierra removida, como si recién se hubiera enterrado a alguien.
Luego, sopló un viento negro. Joel sintió la pegada de la ráfaga que arrastraba cenizas que enrarecían el aire, dificultándole respirar. Una vez que amainó la ráfaga, el joven eterno pudo divisar a la tercera Moira, la dama de negro que, esta vez, le cierra el paso.