Joel quedó impactado ante el desquiciado ser y le preguntó quién era. “Soy Cloto, la Moira que hace el hilo de tu vida”, le respondió la dama loca con gran furia y continuó, “¡me has convertido en esto!”. Él quiso saber cómo podía ser culpable de eso.
Cloto volvió a reír con sarcasmo. “¿Acaso no ves? ¡El hilo de tu vida no termina! Has cansado mis manos, pero ya no más”, rió la dama loca y brotaron de sus manos varias ruecas. Una lluvia de esas astillas lanzó contra el joven eterno, quien a duras penas esquivó el ataque.
Iba a lanzarse contra ella cuando el dolor lo embargó: sus brazos estaban atravesados por dos ruecas. “Recibe la lluvia de ruecas”, gritó Cloto atacando por segunda vez. Las astillas se acercaban y Joel apeló a la medalla: “Sálvame”. El resplandor volvió a aparecer, protegiendo al joven eterno en su acercamiento a la dama loca.
Frente a frente, Joel cogió las dos manos de la Moira y las quebró. Retorcida por el dolor, Cloto se arrodilló en la explanada. Él se quitó las dos ruecas que tenía sujetas: “Hasta nunca, Cloto”, y las atravesó sobre el pecho de la Moira, cayendo muerta.