Mateo sintió cómo luego de un rato se calmaron las cosas. Eli volvió a ingresar al cuarto pero ya no al closet. “Me tengo que ir. Adiós Mateo”, se despidió mientras abrazaba al niño. Mateo le regaló un tierno ósculo. Eli le agradeció y saltó de la ventana hasta el primer piso.
El cielo se puso claro, como si fuera de mañana, por unos segundos. La luz, que tan fuerte iluminó esos instantes, se desvaneció tan repentinamente como apareció. Sólo Mateo pudo comprenderlo: “Adiós Eli”, dijo el niño mirando hacia la ventana, y se durmió.
Pasó cerca de un mes. Mónica, que tan vital había estado al empezar a vivir en la casa, había decaído un tanto en su ánimo y decidió ir al médico. Preocupado, Roberto le preguntaba qué tenía. Ella le contestaba que los médicos seguían haciendo análisis.
Una noche ella volvió contenta. Le contó a Roberto que los médicos no encontraron nada malo. “Por el contrario, es la mejor noticia de mi vida”, le dijo muy contenta. Al escuchar de sus labios que está embarazada y que iba a ser padre, Roberto puso cara de “¿qué?”.
El joven padre se agarró los cabellos, masajeándolos con desesperación. Mónica le preguntó por qué se ponía así. “¡Me hice la vasectomía!”, gritó Roberto furioso por la noticia. Ambos escucharon unos pasos en la escalera. Era Mateo quien iba a su encuentro.
Se acercó a Mónica y le abrazó su abdomen. Ella lo acarició y le agradeció su gesto. Dirigiéndose a su papá le dijo: “Hermanito o hermanita, quiero que lo llames Eli”.