Cuando entraron en el jardín interior, Roberto quedó estupefacto, una larga raya de tierra removida asomaba en medio del verde césped. “No me preguntes qué pasó que no lo sé”, le advirtió Clara a su hijo al notar su confusión.
Sólo pudo decirle que sintió un breve y leve movimiento la noche anterior al que hizo poco caso. Para cuando se despertó esa mañana y miró hacia el jardín, ya estaba allí. Roberto llamó a los policías, pero ellos poco pudieron hacer: sin algún motivo criminal que llevara al origen de esa raya, la investigación terminó antes de comenzar.
“Cuídate mucho”, le dijo su madre antes de irse ese día. Él le prometió estar bien. Cerró la puerta y fue a buscar una pala en el garaje. Entró de nuevo en el jardín y empezó a remover la tierra para emparejar de nuevo el suelo.
Mateo lo miraba a través de la ventana del segundo piso. “¿Él es tu padre?”, preguntó una ronca voz detrás suyo. “Sí… ¿quieres conocerlo?”, dio el niño con genuina inocencia. “No”, afirmó la voz mientras se ocultaba en el closet.