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La curiosidad pudo más que el miedo y Darío caminó hacia el lugar de donde provenía la luz. La puerta, medio cerrada, separaba el baño del resto de la casa. Empujó la puerta, dejando que se ilumine el resto del pasillo.
Quedó sorprendido al ver, frente a él, al mismo niño de tez negra que lo miraba sin un ápice de temor. El joven se agachó y empezó a acariciarle los rulos ondeantes. “¿Cómo te llamas?”, le preguntó Darío con voz suave. “Luis”, dijo el niño dibujando una tierna sonrisa.
– ¿Estuviste hoy en la tarde?
– Sí, pero no me creen.
– ¿Quiénes no te creen?
– Mis papás.
– ¿Por qué? ¿Por qué no te creen?
La respuesta lo dejó desconcertado: “Dicen que no eres real”, dijo Luis.