Vio a un joven delgado y medio bajito que vestía una capucha gris. En sus ojos se describía la sensación que todo estaría bien. “¡Quinto!”, se emocionó Jano y abrazó efusivamente a su antiguo aliado. Luego, les presentó sus amigos, pero Quinto se mostró parco con ellos.
“Hermano, tenemos que irnos”, le indicó el de capucha gris entrando al baño de varones. Una vez que verificó que estuviera vacío, empezó a golpear una a una las finas secciones de madera que formaban una de las paredes. Fue golpeando cada una hasta que oyó un sonido hueco.
Entonces, tomando esa sección con cuidado, la removió un poco hacia la izquierda, dejando paso a unas escalinatas interiores. Quinto tomó la antorcha que colgaba de un soporte circular y lo prendió con unos fósforos que tenía guardados. Mirella y Neto lo siguieron, mientras Jano se aseguraba de cerrar la pared por dentro.