La noticia inesperada (capítulo ocho)

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(viene del capítulo anterior)

Como le pareciera ver una silueta, el joven levantó rápidamente la cabeza. Sin embargo, estaba sólo allí. Pensando que el sol de media tarde había entrado por la ventana, minimizó el hecho. Aquella noche, antes de acostarse, se acordó de tomarse la medicina del doctor Rodríguez.

“Un par de tabletas cada noche”, leyó en la receta médica. Y así lo hizo: de un sorbo de agua, las dos tabletas pasaron por su boca. No pasó mucho tiempo y sintió un gran cansancio, por lo que se dirigió al cuarto que su tío había acomodado para ellos.

José aún estaba haciendo algunas cosas, por lo que la cama de la derecha estaba tendida. Darío entró en su cama, la del lado izquierdo, cerrando los ojos bajo el silencio hechizo de la noche.

Eran cerca de las cuatro de la mañana cuando el calor de una luz lo obligó a levantarse. Miró hacia la cama de su costado: José dormía tranquilamente, ajeno a todo lo que podría suceder. Volvió la vista hacia la luz.

“Seguro que es la del baño”, supuso para sí el joven, creyendo que su tío la dejó prendida antes de irse a acostar. Iba a soñar de nuevo cuando, por el rabillo del ojo, una silueta cruzó la luz.

(continúa)

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